LA VIDA, DON DE DIOS Y COMPROMISO HUMANO
Fr. Martín Pablo Bitzer OFMConv
INTRODUCCIÓN
No cabe duda que vivimos en el mundo de la imagen. El hombre ha sido definido como "homo videns". Los niños y también muchos adultos prefieren ver televisión antes que leer libros, prefieren sentir antes que discurrir racionalmente.
La imagen seduce, impacta y conmueve; evoca, convoca y provoca; entusiasma o desilusiona, exalta los sentimientos o deprime.
La fuerza de la imagen y del sonido de un film, en el cine por ejemplo, es capaz de mantener en vilo y tensionado hasta el final a toda una platea.
El "homo videns", incluido el "homo audiens", puede llegar a sentirse involucrado de tal manera que luego quiera repetir y hasta recrear lo que ha visto y oído.
Y, así, por ejemplo en los Estados Unidos y en tantos otros países, adolescentes y hasta niños (por no hablar de los adultos) han llevado a la práctica escenas de violencia que han terminado con la vida de sus semejantes.
A nadie se le ocurre poner en cuestión la fuerza que la imagen y el sonido, que los MCS transmiten, nos ofrecen toda clase de paradigmas, cuyo carácter arquetípico y ejemplar van influyendo con tanta eficacia y modelando las maneras de pensar y de actuar de las personas, tanto positiva como negativamente.
Es precisamente en este contexto, en que queremos abordar al hombre como imagen de Dios. Se trata, sin lugar a dudas, de uno de los aspectos fundamentales de la antropología bíblica y, por eso mismo, también del judaísmo y del cristianismo.
Desde una perspectiva cristiana y católica nos preguntamos no sólo, ¿Qué significa que el hombre haya sido creado a imagen y semejanza de Dios? sino también ¿Cuál es el alcance de la relación de los bautizados con Jesucristo, imagen de Dios invisible?
El presente trabajo pretende insertarse en la línea de la doctrina escotista sobre el primado universal de Cristo desde la perspectiva bíblica de la "imagen".
Consideraremos en primer lugar al hombre como imagen de Dios (I); luego, enfocaremos el tema de Cristo como imagen de Dios (II); finalmente, nos interesa abordar la relación existente entre el creyente y la imagen de Cristo (III).
Creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26.27)
La afirmación bíblica contenida en los versículos 26 y 27 del capítulo 1 del libro del Génesis es una de las afirmaciones más importantes del Cristianismo, en lo que al ser humano se refiere.
Ella es la afirmación antropológica de la Sagrada Escritura que está en la base de todas las demás contenidas en el Libro de la Palabra de Dios.
El contexto en que se encuentra es el de la "literatura sapiencial en forma de relato", que componen los once primeros capítulos del Génesis.
El parentesco de estos "relatos de orígenes" con la literatura asirio-babilónica es notable, aunque también son notables las diferencias.
El contexto inmediato de Gn 1,26-27 está constituido por el fragmento de Gn 1,1-2,4ª, el cual está lingüísticamente emparentado con el Poema babilonio de la Creación Enuma eliš ("Cuando en lo alto"), cuyo carácter teogónico y cosmogónico le es inherente.
Este mito babilonio presenta al hombre no sólo en su condición de esclavo y súbdito de los dioses, a quienes sirve por su culto, sino como el juguete de las fuerzas cósmicas que hacen pesar sobre él una fatalidad inexorable.
Por su parte, Gn 1,1-2,4ª, que pertenece a la fuente o tradición sacerdotal, nos presenta a un Dios creador, que crea de la nada; o mejor dicho, del caos, porque los judíos no conocían la idea de nada; Leemos en Gn 1,1: "...Y la tierra, era caos y confusión".
El acento, en este relato, está en que Dios creador es absolutamente trascendente, y crear no le significa ningún esfuerzo, ninguna lucha. Dios dice y todo se hace de inmediato, nada se le resiste (Gn 1,3.6.9.11.14.20.24.26). Dios es trascendente, no tiene que trabajar ni luchar con los elementos de la naturaleza: basta que diga, para que todo exista.
La acción divina se realiza mediante la palabra, esto es, de la manera más lejana a la idea de emanación o del uso de elementos primordiales.
La intencionalidad y la preocupación de este texto no está en informarnos en cuántos días de 24 horas, o eras geológicas, fue creado el universo. La división en siete -seis de creación y "el séptimo de descanso" (Ex. 20,11)- es una justificación del descanso del sábado. Estamos frente a un texto litúrgico.
Por lo mismo, todo concordismo entre Gn 1 y las investigaciones de la cosmología y de la paleontología es un contrasentido absoluto. Lo importante es mostrar cómo todo tiene la finalidad de ofrecer el marco en donde el hombre será llamado a la existencia.
Habiendo, entonces, descartado los principales equívocos que llevan a una lectura errónea de Gn 1,1-2,4ª, nos disponemos a estudiar detenidamente Gn 1,26.27.
El texto dice así:
v. 26: Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.v. 27: Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.
La creación del hombre es la última de las ocho obras que Dios realiza en seis días, para descansar luego, en el día séptimo. Es decir, que una vez que el universo, a modo de un templo gigantesco, está terminado, Dios coloca allí al hombre como "su imagen y semejanza", [ apareciendo éste como culmen y sentido de la obra creadora.
Mientras de las otras creaturas Dios dijo: "Haya" (vv. 3.6.14), del hombre dice: "Hagamos" (v. 26). De las interpretaciones propuestas, la más convincente (aunque no la más satisfactoria) es la que considera el "Hagamos" como un "plural declarativo" (Westermann), que es en realidad una variante del "deliberativo", esto es: un discurso de Dios consigo mismo, como en Gn 11,7 e Is 6,8. Esta deliberación, esta divina declaración, que el autor pone como prólogo a la creación del hombre, sirve para subrayar la especial dignidad de la imagen de Dios, que queda confirmada más adelante, en el v. 31, cuando recién una vez que el hombre hubo aparecido se dice: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien", mientras que anteriormente sólo se decía: "Y vio Dios que estaba bien" (vv. 10.18.21.25).
Además, sólo del hombre se dice que es "imagen de Elohím" entre las cosas (v.27). ¿En qué sentido se dice "a nuestra imagen, como semejanza nuestra" (v. 26) y, luego, "a imagen suya, a imagen de Dios" (v. 27)?
Ante todo, conviene aclarar que los términos imagen y semejanza son casi sinónimos, de manera que el orden en que aparecen puede ser invertido o el segundo incluso suprimido (Gn 5,1ss.; 9,6ss.). El primero indica normalmente la estatua o una reproducción plástica (Festorazzi); el segundo especifica al primero, limitándolo: semejanza parece que atenúa el sentido de imagen, excluyendo la igualdad.
Tanto en este contexto como en el Sal 8,6 (y también en Sir 17,2b-4) el autor centra su atención en la relación que existe entre el representado, Dios, y el representante, el género humano. Éste, en representación del Soberano cósmico, ejercita sobre la tierra las funciones de virrey (vv. 28ss.), como lo afirma también el citado Sal 8,6ss. Podría decirse que "el hombre es a Dios como la copia es al original" .
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